Mamá:
No hemos tenido noticias directas tuyas, y es una sensación muy rara tener que entregarse a un sistema y esperar alguna señal al respecto. Nuestra experiencia hoy se divide entre lo atemporal, la parálisis de nuestras vidas y la vorágine del mundo fuera que no espera ni empatiza con nadie.
Pero sabes que como seres mágicos y trascendentes tenemos siempre nuestros aliados.
La suave lluvia que nos visitó ayer en el jardín me contó que amaneciste con dolor y cansancio. Susurraba y me contaba de ti mientras caía entre las hojas de las rosas y las tomateras que plantó Daniel. Me dijo que soñabas con esos tiempos de tu juventud en que compartías complicidad con tu mamá, esos tiempos que te llenaban de felicidad. Y soñaste con nosotros cuando éramos niños y nos paseabas por el barrio con orgullo, por las plazas de maicillos y piletas vacías de cemento.
Los atardeceres de esos tiempos aún los recuerdo, entre rojos encendidos y arreboles que poco a poco daban paso a las estrellas de la noche que también velaban mis sueños. Esta noche desperté y no pude encontrar estrellas; pero sabía que más allá de las nubes ellas estaban presentes.
El día está muy nublado. Con el transcurso de mi vida he aprendido a aceptarlos, que son necesarios.
No quiero cansarte, sólo quería que supieras que todos estamos preocupados y rezando por ti. Ayer mientras dormías te fue a ver un sacerdote y rezó junto a tu cama, una oración que se unió a muchos rezos; ni te imaginas la cantidad de personas que rezan por ti.
Te queremos mucho y te extrañamos; y hasta la próxima carta al viento
M Isabel.